domingo, 20 de mayo de 2012

Tía Laura


Dentro de unos días, mi chico será tío. Dice que yo seré la tía de la niña. Ni de coña. Seré la novia del tío, en todo caso. Si viene a mi sonriente y dice “¡Tía Laura!”, se llevará un “Yo no soy tu tía. ¿Qué querías?”. Me niego a hacer de niñera y a llegar con regalos cada fin de semana. Me niego.
Pero bueno, hay que admitir que ha sido bonito ver la evolución del diámetro de la cintura materna. Ver la ilusión de los padres también es emocionante. Aunque sigo negándome a tocar ese abdomen hinchado. “¡Mira! Aquí tiene las manitas… ¡Y aquí el culito!”. Buf… Yo creo que con tanto toqueteo se va a estresar. Imagínense estar en una bolsa viscosa y que la gente empuje desde fuera contantemente para ver cómo pataleas.
Y esa cosa viscosa resulta ser la placenta. Si tienen oportunidad de echar un vistazo a la revista Investigación y Ciencia de este mes, ni se les ocurra pasearse por la página 34. Aparece una fotografía de una placenta. Asqueroso. Pero hay que ver la importancia que tiene: además de transferir nutrientes y oxígeno de la madre al feto, tiene funciones protectoras y fomenta el desarrollo neurológico de lo que, en un futuro próximo, será una niña correteando por los alrededores de nuestro piso 2 veces por semana. Según un equipo de la Universidad de Carolina del Sur, no es la dueña del útero, sino la placenta la que suministra al feto serotonina, una hormona esencial para el desarrollo encefálico. De hecho, los cambios en la placenta son determinantes en el aumento del riego de que la futura niña padezca algunas patologías, como la depresión o el autismo.
En fin, que al final esa cosa viscosa, blandita y de colores que van del azul verdoso al amarillo muerte nos mantuvo vivos durante 9 meses, nos aseguró protección, intercambio energético con mamá y una mente maravillosa.
No se lo digan a nadie… Pero, en realidad, estoy algo excitada… ¿Seré buena tía?

lunes, 14 de mayo de 2012

Los reyes que no amaban a los elefantes



Hay mucha gente que no le encuentra razón de ser a determinados animales. Yo, por ejemplo, jamás entenderé qué degeneración evolutiva creó los malditos mosquitos gigantes. Con las cucarachas, un tanto de lo mismo. Sin embargo, en las ciudades cumplen con una función de limpieza extraordinaria. Lo mismo les ocurre a las palomas. Aunque bueno, en ese caso limpian por una parte lo que defecan por otra. Los encargados de limpiar el popó de estas aves de la paz se cagarán en la función que cumplan dentro del ecosistema las mal llamadas “ratas voladoras”. Algo parecido les ocurrirá a los arquitectos que vean sus edificios destruidos por esta caca corrosiva. O mejor aún, cuando las termitas acaban con un diseño estupendo a base de madera. Es cierto, no todas las especies cumplen con un digno cometido para la comunidad. El que menos, el ser humano, sin duda. 
Tapir asiático
Aunque el rey de nuestra querida monarquía no lo pueda entender, los rinocerontes y los elefantes realizan funciones indispensables para conservar la biodiversidad de sus hábitats. En el sureste asiático, por ejemplo, los elefantes llevan a cabo las labores de un jardinero. Estas acciones son tan importantes para el ecosistema que ni siquiera otros grandes mamíferos como los tapires pueden sustituir a los grandes paquidermos. Se preguntarán qué demonios es un tapir. Pues resulta ser un animaluco maravilloso al que dan ganas de estrujar y decir “cuki” mil veces. Hombre, todo lo “cuki” que puede ser un bicho de 300 kilos y unos 2 metros de largo. Para que puedan visualizarlo, es algo parecido a un jabalí con una pequeña trompa que le sirve para arrancar hierbas y hojas que constituyen su alimento. Aunque su semejanza al jabalí sea notoria, está más emparentado con los caballos y con los rinocerontes. Pero bueno, que me lío. El caso es que los tapires tienen una menor capacidad para transportar semillas que luego germinen que sus compañeros trompeteros o sus primos los rinocerontes. 
Centrémonos ahora en estas dos últimas especies: elefantes y los del cuernito. En los bosques del este asiático existe tal concentración de plantas que es muy difícil la dispersión de las semillas por el viento. Además existe el problema de la falta de luz debido a la aglomeración vegetal, por lo que las semillas tendrían graves problemas para llegar a germinar. Por todo ello, las plantas han ideado una forma muy inteligente de llegar más lejos: adaptarse al estómago de los grandes herbívoros. Estos animales se comen la pulpa y, o bien dejan caer la semilla, o la defecan unos cuantos kilómetros más allá, dando opción al bebé planta de crecer en un ambiente más tranquilo.
Elefante asiático
Según comenta en la revista on-line Muy Interesante (http://www.muyinteresante.es/sin-elefantes-ni-rinocerontes-se-reduce-la-biodiversidad)Luis Santamaría, coautor e investigador en el Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA) del CSIC, (en el caso de las semillas de mayor tamaño) “la planta necesita un animal grande que sea capaz de comer, transportar y defecar las semillas en buenas condiciones”. Y qué mejor animal para esta tarea que los maravillosos elefantes, odiados por la monarquía y por los macabros cazadores furtivos. 
Los elefantes y los rinocerontes llevan a cabo una digestión lentísima, por lo que dejan la semilla de las plantas ingeridas lo suficientemente lejos como para que germinen en un mejor entorno. No obstante, si seguimos con reyes que no aman a los elefantes y con cazadores cegados por la codicia (y gente dispuesta a pagar, claro está) nos cargaremos todo el equilibrio del ecosistema. La distribución que tenían los elefantes asiáticos ha sido reducida, según comenta la Muy Interesante, un 95%. El rinoceronte del sureste del continente está prácticamente al borde de la extinción. 
En el supuesto caso de que estos grandes herbívoros desaparecieran de la faz de la tierra, se llevarían a la tumba varias especies vegetales. Este hecho tendría repercusiones en todo el ecosistema, el cual deben entender como una delicada fila de fichitas de dominó. Si una cae, allá van las demás.  
En el ecosistema de la residencia universitaria, a la que ya voy diciendo adiós con mis últimos exámenes de la carrera, ha menguado, por suerte para mí, la concentración de mosquitos gigantes esta primavera. ¿Por qué? No tengo ni idea. Quizá sea por el rápido cambio de temperatura que hemos sufrido esta semana, o por las lluvias de unos días atrás, o por mi vela a todos los santos insecticidas… No lo sé. Pero lo cierto es que este año resultan ser más pequeños y acercarse a la luz residencial con mayor precaución y en menor número. Quizá su presencia evite la cercanía de bichos más asquerosos aún, por lo que mi alegría tras el éxodo masivo delataría mi falta de conocimiento del equilibrio biológico en la zona. Pero lo del rey es imperdonable. Siento ser tan pesada con el tema. Pero no me entra en la cabeza que una persona con su educación y su cultura sea capaz de matar a tiros a un animal tan magnífico. Solo espero que su ignorancia en cuestiones ecológicas sea igual o superior a la mía en cuanto a mosquitos gigantes se refiere. Y, francamente, no lo creo.  

domingo, 13 de mayo de 2012

Tú a Boston y yo a California


¿Cómo demonios puede ser mi hermana tan distinta a mí? Esta pregunta se puede extrapolar a hermanos, padres, madres e incluso novios y novias. Sin embargo, centrémonos mejor en los hermanos. Cuando dos personas tienen un material genético tan parecido y crecen en las mismas condiciones ambientales, ¿por qué presentan diferencias en su personalidad? En esta preguntan los llamados genetistas hinchan el pecho y predican su verdad. No obstante, ¿qué ocurre en el caso de los gemelos? No conozco a dos que sean como esos de las pelis americanas, uno acabando la frase del otro. Muchos hay que se llevan como el perro y el gato. Misma boca, nariz y piel, ideas opuestas, incompatibilidad de caracteres. Otros, cierto es, pasan su vida como Zipi y Zape.
Esquema de gemelos homocigóticos


Hablamos siempre de gemelos homocigóticos, ojo. Eso ocurre cuando de un mismo óvulo fecundado salen dos embriones. En esos casos los hermanos comparten la misma carga genética. Exactamente la misma, ya que parten del mismo óvulo (que porta la mitad de la información materna) y del mismo espermatozoide (que aporta la mitad paterna correspondiente).  ¿Por qué demonios son distintos entonces? Los genetistas ahora abren los ojos y ponen la boca en extraña mueca.
Ni una cosa ni la otra, chicos. Las experiencias que nos suceden a lo largo de la vida son sumamente importantes para definirnos como personas, pero, evidentemente, lo que llevemos inserto en las células también juega un papel fundamental en nuestra personalidad. Y la verdad es que he sido muy, pero que muy exacta. Porque dentro de las células, en el núcleo celular, concretamente, encontramos los transposones. Estas secuencias de ADN, según comenta el artículo La singularidad de cada cerebro de la revista Investigación y Ciencia de este mes, “resultan especialmente activas durante el desarrollo del cerebro, hacen copias de sí mismos que después se insertan en otros lugares del genoma.” Al llevar a cabo este cambio de lugar dentro del material genético, activan los genes adyacentes (es decir, los nuevos vecinos) que, a su vez, pueden modificar el funcionamiento de algunas células. Como señalan Fred H. Gage y Alysson R. Muotri, los autores del artículo, “en última instancia, esos cambios dan lugar a diferencias en la función cerebral entre personas, incluso entre gemelos idénticos.”
Yo no sé ustedes, pero yo eso ya lo tenía claro desde hace años. A las protagonistas de Tú a Boston y yo a California se las diferenciaba perfectamente. Una era estúpida. La otra solo tonta.

martes, 8 de mayo de 2012

Primavera que no llega...


Llega la primavera y la sangre altera. Aquí, en Madrid, de alterados nada. Estas lluvias y este maldito frío en pleno mayo no recuerdan ni a flores ni a vestiditos por encima de la rodilla. Mientras escribo estas líneas, llevo botas, camisa de manga larga y una chaqueta de la que en invierno hice buen uso. Y ahora, en mayo, también. Tanta sequía de las que nos quejábamos y mira. ¿No quieres sopa? Pues toma dos cazos. El obligatorio catarro es lo de menos. Lo de más es el sol, que brilla por su ausencia. Como no mejore el tiempo de aquí a una semana me mudo al desierto de Gobi.
A todo esto… ¿Por qué necesitamos que aparezca ya el Sol cuando en otoño nos moríamos por un soplo de aire fresco? El archiconocido reloj biológico se encarga de ello. Como comenta la revista on-line Muy Interesante (http://www.muyinteresante.es/la-primavera-altera-el-reloj-biologico), cuando llega la estación de las flores nos sentimos más optimistas y enérgicos. Un equipo de investigación de Reino Unido ha descubierto una serie de genes que determinan nuestro tic-tac interno: el EYA3 y el TAC1, que se activan en los meses en los que los días son más largos. Estos genes tienen consecuencias en nuestro estado de ánimo por la concentración de algunas hormonas. Eso lo saben muuuuuuy bien los firguenses. ¿Cuántas veces no ha deseado mandar la panza de burro a hacer gárgaras a Londres o a Moscú? Llega un momento en el que necesitamos que esas hormonas fluyan de una vez por el cuerpo, que ya está bien de tanto cielo gris.
Estos mecanismos de alegría primaveral son comunes a mamíferos y aves, lo que da a entender una estrecha relación entre ambos. Por tanto, estos procesos han sobrevivido, como mínimo, 300 millones de años, premiados en cada generación por la caprichosa selección natural.
Pasemos a las compañeras voladoras que ya nombramos: las aves. ¿Por qué los pájaros cantan más en primavera? Según un estudio de la Universidad de Oxford, la responsable es una molécula sensible a la luz situada en el hipotálamo de los pajarillos. Cuando dicha molécula se activa por la incidencia de más luz ambiental, el logotipo twittero sabe que ya es hora de buscar pareja, por lo que inicia el rito amoroso de los cantares. Comienzan a ligar en la estación multicolor para garantizar una mayor cantidad de alimento cuando nazcan las crías. Lo mismo les ocurre a las ovejas, pero en otoño. En ese momento los machos aumentan el número de espermatozoides y las hembras se vuelven más fértiles. ¿Por qué en otoño? Para parir en primavera.
Y si los pájaros saben cuándo se tienen que ir de ligoteo, ¿cómo saben las flores cuándo deben salir para deleite humano? Por un mecanismo de memoria. Como lo oyen, memoria vegetal, por lo visto. Las células de la planta “saben” que han pasado un período invernal porque el gen LFC se ha dedicado a impedir el crecimiento de las flores. Cuando este gen es silenciado, que coincide con la llegada de la primavera, las flores vuelven a cubrir el campo. Es de suma importancia que el gen LFC no se equivoque, ya que un fallo de calendario puede resultar catastrófico para el proceso de polinización.
Dejando sensación de alegría, flores y pajarillos a un lado (ya que, si no, esto corre peligro de parecerse al cuento de Blancanieves), vayamos a lo que sieeempre pensamos que trae la primavera: sangre alterada, sexo por doquier. Pues algo tiene de cierto, sí señor. Cuando aumentan las horas de Sol, nos vemos más expuestos a sus rayos y, en consecuencia, tenemos mayor concentración de vitamina D. Según un estudio de la Universidad Médica de Graz (en Austria), los hombres que presentaban mayores niveles de esta vitamina en la sangre contenían también mayores niveles de testosterona, lo que deriva en un incremento de la líbido. Pues sí, al final la primavera la sangre altera de verdad de la buena. Prometo buscar algún estudio sobre las consecuencias sexuales en las féminas en el cambio de estación. Aunque…bueno, esto son elucubraciones mías, pero… me parecería absurdo que los hombres se pusieran como locos en primavera y las mujeres respondieran con apatía. Además, ambos sexos sintetizamos vitamina D con la exposición al Sol, así que… fiesta primaveral…
Después de hablar de todo este rollito de sol y hormonas, tengo los ánimos más bajos que cuando empecé a escribir. Mis pies piden sandalias, mis brazos piden mangas cortas… Pero, hasta ahora, Madrid se niega a espantar las nubes del cielo. Quizá solo faltan unos días para que salga el sol… y espero que me pille reivindicando mis derechos en la plaza.

domingo, 6 de mayo de 2012

Riesgo de explosión


Todo en la vida tiene sus ventajas y sus desventajas. La pareja, por ejemplo. Puede dar cariño, estabilidad, sexo, amor, comprensión… Pero para llegar a ello debemos estar dispuestos a aceptar cierta dosis de cabreo, nervios, discusión e irritabilidad. Mientras los fallos de la relación queden por debajo de sus virtudes, todo va razonablemente bien. En clase hablábamos de la concentración de medios de comunicación, así como de las ventajas e inconvenientes que al respecto veía el Consejo Europeo. La libertad de empresa y la libertad de información no salen juntas de compras ni se van a tomar un café para contarse la vida. Ni siquiera de vez en cuando. La libertad de información está angustiada por la opresión titánica a la que la someten las grandes concentraciones. Aquí el equilibrio se desestabiliza a favor de las grandes multimedia.
Terpenos
En fin, el ying y el yang. En ecología también existen esas peripecias para encontrar el justo medio. He encontrado en el último número de la revista Investigación y Ciencia (mayo 2012) un artículo sobre los terpenos, unos compuestos muy volátiles que expulsan las plantas para protegerse de los herbívoros. Tal como señalan las autoras del artículo Los terpenos de las plantas (Elena Ormeño, doctora en ecología e investigadora del Instituto Mediterráneo de Biodiversidad y Ecología (IMBE), y Catherine Fernández, catedrática de ecología en el IMBE), “las plantas emiten cantidades elevadas de terpenos al aumentar la luz y la temperatura así como en situaciones de contaminación atmosférica y de sequía moderada.”
Resulta que los terpenos pueden dañar la calidad del aire o aumentar el riesgo de incendio de la zona. ¿Y qué zona mejor para soltar estas sustancias que el Mediterráneo? Calor, sequía y, en algunos casos, contaminación se entremezclan formando un cóctel peligroso. Si le añadimos la corrupción política (que se encarga lo que yo me sé de la contaminación ambiental) y una bala que se dirija a la cabeza de un paquidermo, este país está en peligro de explotar en cualquier momento. 

martes, 1 de mayo de 2012

Nada que perder


Todo está relacionado. Todo. Recuerdo a personas bastante cercanas diciendo, hace poco tiempo, que la política no les interesaba porque no tenía nada que ver con ellos, que nada podían hacer para cambiar las cosas y, que estuviera quien estuviese en el gobierno, iban a seguir recibiendo su buen salario. Qué cúmulo de mentira, indiferencia y apatía ha sido creado para ir creciendo arrullados por el conformismo. Ahora todo ese absurdo planteamiento de la distancia cae. Ahora nos damos cuenta de que todo nos influye. Ya no somos capaces de ser indiferentes. Ahora nos damos cuenta de que todo está relacionado.
Ejemplo de ecosistema
Fíjense qué curioso. Lo mismo que les ocurrió a los primeros ecólogos. “La ecología es la ciencia de las relaciones que mantienen los organismos vivos entre sí y con su entorno físico-químico”. Así define esta ciencia Francisco Díaz Pineda, catedrático de Ecología de la Universidad Complutense de Madrid,  en su obra Ecología. Ambiente Físico y Organismos Vivos. Como bien nos comenta, las grandes expediciones de los siglos XVIII y XIX tuvieron mucho que ver en la creación de este nuevo campo del saber. Los naturalistas que vivieron en aquella época comenzaron a realizar una recopilación exhaustiva de datos biológicos, geológicos y cartográficos. Cuando varios investigadores de distintas ramas viajaban en el mismo barco intercambiaban su información, iniciándose así el camino hacia el entendimiento de nuestro lugar en el planeta.
Alexander von Humboldt
Un día llegó un tal Alexander von Humboldt y pensó, “¿no será más interesante, en lugar de recoger datos y más datos para que luego cojan polvo, observar la relación existente entre ellos?”. Dicho y hecho. Así llegó a la conclusión de que los organismos vivos tenían mucho que decir en la historia del mundo, jugando un papel fundamental en los procesos naturales.
Humboldt añadió la idea de unidad del mundo como sistema. ¿Recuerdan la definición de sistema machacada hasta la saciedad por los profesores de primaria? Repitámosla una vez más, en palabras de Pineda, como “un conjunto de elementos de interacción e interdependencias recíprocas que forman un todo unificado”. Cuando Humboldt empezó a darse cuenta de que los organismos vivos creaban sistemas escribió una obra en la que, según nos comenta el catedrático de la Complutense, sintetizaba “en un solo libro la estructura física global del mundo conocido, en donde todo se relacionaba con todo, incluyéndose al propio hombre como parte de ese todo.”
Hacer entender a los lectores esta idea le costó un libraco que parecía la Biblia: 2000 páginas para relacionar el mundo. Aunque visto así, tampoco son tantas. Hablar de todo lo que se conocía sobre el mundo físico hasta el momento y, sobre todo, resumirlo en 2 mil páginas puede ser hasta meritorio.
Hablábamos antes de sistemas. ¿Qué tipo de sistemas estudia la ecología? Los ecosistemas, no hay que ser un genio. Un ecosistema se define, según la Real Academia Española, como “una comunidad de los seres vivos cuyos procesos vitales se relacionan entre sí y se desarrollan en función de los factores físicos de un mismo ambiente.” Para añadir algunos matices, mejor vayamos a Tansley (1871-1955) y, pionero en la ciencia de la ecología en su época, que define el ecosistema como al conjunto formado por componentes biológicos e inertes que mantienen diversas relaciones recíprocas entre las que deben estar las que representan intercambios de materia y energía.
Arthur Tansley
Como ejemplos de los componentes biológicos podemos poner una rana, un saltamontes, un árbol, hongos varios… No obstante, dentro de estos elementos también podemos incorporar la materia orgánica de origen biológico reciente, como un animalillo muerto o un árbol caído. Los componentes inertes los constituyen la energía que fluye por el sistema y la materia inorgánica, como una piedra o el agua de un riachuelo.
Por último, piensen en ejemplos de ecosistemas. ¿Qué se les viene a la cabeza? Un pantano, un lago, un río, un bosque… Sin embargo, podemos pensar también en un cultivo o incluso en una ciudad. ¿Dónde se han visto nunca más palomas o cucarachas que en la ciudad? Además, nosotros somos parte del ecosistema. Somos parte de ese retorcido mundillo de lo vivo. Aunque muchas veces lo olvidemos. Y mucho más con la omnipresente crisis.
De hecho, vine a hablar hoy de ello por lo poco que nos importa la ecología, los ecosistemas y las relaciones que tengamos con ellos cuando nos tocan el bolsillo. Toda la lucha ecológica y toda la concienciación que teníamos prevista para las próximas décadas se vino abajo con un toque de gracia a nuestro estado del bienestar. Como abajo se vino también la inversión en I+D y energías alternativas. Como abajo se ha venido el futuro de nuestro país. Porque el futuro, nunca lo olviden, son los jóvenes. Y nosotros, como la ecología, ya no tenemos futuro en este territorio del Sol que tanto recorte nos ha dado. Al menos, y eso también deberían tenerlo en cuenta, nos queda la libertad de los que no tienen nada que perder.  

domingo, 29 de abril de 2012

Música cerebral


Miembros de la Orquesta Cerebral Multimodal
¿Alguno de ustedes ha soñado alguna vez con una melodía? ¿Ninguno? Pues seré yo la rarita. Incluso a veces despierto y aún puedo tararearla. En ocasiones hasta tienen letra y todo. Paranoias mías aparte, resulta que se ha creado una orquesta en la que los músicos tocan de una manera un tanto…peculiar. De hecho, sus dedos y sus pies pueden estar completamente inmóviles. Tocan con el cerebro.
Paul Verschure, doctor en psicología e investigador en el instituto  ICREA de la Universidad Pompeu Fabra, ha creado esta extraña orquesta llamada Orquesta Cerebral Multimodal. Según se plantea en la revista Investigación y Ciencia (http://www.investigacionyciencia.es/Blogs/ArticulosB_entrada.asp), este proyecto es posible gracias a que la música activa muchas partes diferentes de nuestro cerebro. Además de la auditiva (que no hay que ser un genio para entender su activación con la melodía), en este proceso interviene la zona emocional y la motora. Tal como señala Yvonne Buchholz, autora del blog Pistas Mentales en la revista, afirma que “Ello explica por qué empezamos a mover los pies cuando escuchamos una canción, por qué se nos pone el vello de punta si suena una melodía que nos da placer o nos emociona (se activan los núcleos caudado y accumbens, de forma similar a cuando algo nos produce placer, como el sexo el chocolate o el alcohol), o por qué chasqueamos los dedos cuando cantamos.”
Quizá no tenga tanto mérito como aprender a tocar el violín, pero tener la concentración suficiente como para tocar con el cerebro es, bajo mi humilde criterio, toda una hazaña. 

AXN


AXN

¿Hasta dónde puede llegar la ciencia? Hace 5 siglos un coche parecía cosa de magia. Hace un par de siglos un avión parecía una quimera absurda. Un solo siglo atrás, mandar personas a la Luna era algo que se dejaba a la literatura de ficción. Hace algunas décadas un ipad… Ni siquiera nos imaginábamos para qué demonios servía una tableta (ahora entendemos que es solo para que unos pocos pijales jueguen con ella en lugar de tener un netbook como todo hijo de trabajador).
En Biología, hoy entendemos lo que es una célula, cómo funciona la herencia genética y la evolución de las especies. Sin embargo, no sabíamos hasta hace bien poco, que, de forma artificial, nosotros mismos podíamos maquinar algo que pudiera intervenir en todo este proceso. Pues el equipo, liderado por Vitor Pinheiro, del Laboratorio del Consejo de Investigación Médica de Biología Molecular de Reino Unido, lo ha conseguido. Según leo en la revista National Geographic  (http://www.nationalgeographic.es/noticias/ciencia/adn-sintetico), han creado ADN sintético que es capaz de replicarse y evolucionar como cualquier otra molécula de material genético. Se llama AXN, y ha probado que la herencia y la evolución no son exclusivas de las señoritas ADN y ARN. Entonces, ¿fueron estas moléculas las que comenzaron con el proceso evolutivo? ¿Seremos capaces en un futuro de entender cómo comenzó todo? Unos seguirán investigando para llegar a conocer lo sucedido mientras otros optarán por mitologías facilonas.

sábado, 21 de abril de 2012

Sana y fuerte


“Bebe mucha leche para que crezcas sana y fuerte”, me decía mi abuela. Caso le hice. Sana y fuerte crecí. Delgadilla, pero fuerte. Y no se puede decir que sea por no comer. Leche y de todo lo demás. Como más que mi chico, de unos 25 kilos más que yo, y no soy capaz de engordar un solo gramo. Lo de los metabolismos es todo un mundo, y el mío va a velocidad de vértigo.
Proceso de degradación de la lactosa (glucólisis)
El caso, la leche. Los occidentalitos seguimos bebiéndola tan ricamente en la edad adulta. Sin embargo, no es lo habitual. El ser humano pierde la capacidad de producir lactasa (que es la enzima que nos permite degradar la lactosa en azúcares de más fácil digestión) con el paso de los años. Entra dentro de toda lógica. Necesitamos la lactasa para poder digerir la leche materna cuando somos bebés. Pero cuando crecemos, ¿de qué nos serviría seguir malgastando energía produciendo una enzima inútil? Esa es la pregunta que se hizo la señorita Evolución, tras la que decidió favorecer a aquellos que solo la sintetizaban en la niñez.
Pero ya le vale, podría la leche materna tener un azúcar un poquito menos complejo y no tener la necesidad siquiera de producir lactasa en la época de lactancia. En cambio, se empeñó en dejar ilesa una enzima dificilísima de digerir. ¿Por qué? La teoría de Marvin Harris en su obra Nuestra especie, es que, aunque dé la puñeta, la lactosa aporta más beneficios que dolores de cabeza. Dentro de lo malo, lo mejor.
La lactosa ayuda a los bebés a incorporar el calcio en los huesos, un calcio que, evidentemente, viene de la leche materna. Cuando uno se hace mayor, ese calcio podemos absorberlo de vegetales de hoja verde, por ejemplo. Además, a los adultos también nos ayuda la vitamina D, que ingerimos en algunos pescados y sintetizamos al recibir radiación solar, a fijar el calcio en los huesos. Es decir, nosotros tenemos herramientas para fomentar la absorción de calcio cuando dejamos atrás la tierna infancia. Pero los bebés solo cuentan con la lactosa, que, a pesar de lo indigesta que pueda ser, nos ayuda a crecer sanos y fuertes. Como manda mi abuela. 

martes, 17 de abril de 2012

Jumanji

Hay mucha gente que teme a los mosquitos. El zumbido característico hace temblar a los pobres sufridores del insomnio. La picazón que dejan tras su breve visita es irritante, insistente, machacona. Yo les tengo un particular miedo irracional desde que mi estancia en Madrid me permitió, desgraciadamente, presenciar una especie cuyas dimensiones superan en mucho mis peores pesadillas. Como si estuviera en una partida de Jumanji, los mosquitos gigantes me queman los nervios convirtiéndolos en pánico. El zumbido es mucho mayor que el de un mosquito normal, y su presencia lo supera en 10 ó 15 veces. Es horripilante. Sin embargo, no pican. Su estancia en mi habitación no provocará daño físico alguno en mi piel (en mi psique otro gallo canta).
Mimivirus cerrado y abierto al traspasar su información génica a  otra célula.
No ocurre igual con los virus. Se han encontrado virus gigantes, con unas proporciones mucho mayores de lo que en principio se creía lógico para este tipo de vida. Es como si de repente encontrásemos un humano del tamaño de una ballena. ¿Chocante, no? Pues exactamente lo mismo les ocurrió a los que encontraron estos virus.
En 1992, como comenta la revista Investigación y Ciencia de enero de este año, Timothy Robotham, microbiólogo de Salud Pública de Leeds, se puso a buscar al responsable de un brote de neumonía. Encontró unas células del tamaño de bacterias, por lo que supuso que eran bacterias. Además, había en su exterior algunos indicios bioquímicos que llevaban a esa misma conclusión. Cuál fue su sorpresa cuando no se morían con el método genérico para bacterias. Como si pusiéramos veneno para ratas en el jardín y las ratas se lo comieran y siguieran tranquilamente su camino. Llegaríamos entonces a una de estas teorías: a) las ratas han desarrollado una forma de inmunidad al veneno; o b) no son ratas.
Y resulta que no eran ratas, es decir, bacterias. Eran virus, un modo de vida que generalmente tiene un tamaño minúsculo si se le compara con otras células. En 2003 por fin se le puso nombre al gigante: Acanthamoeba polyphaga mimivirus.
Además de un tamaño externo mucho mayor que el de muchos de sus compañeros víricos, este megavirus, que comparte su gigantismo con algunos descubiertos en años posteriores, tiene un genoma mucho mayor que el de un virus normal. Si lo comparamos con el genoma de una bacteria chiquitina que se llama Mycoplasma genitalum, una bacteria parasitaria que vive en el tracto genital y respiratorio de los primates (de ahí su nombre); repito, si comparamos el de mimivirus con el de genitalum, observamos que mientras el primero codifica la friolera de 1018 genes, la segunda solo lo hace con 482.
Es decir, si nosotros fuéramos bacterias y las hormigas fueran virus, el hallazgo es equivalente a encontrar una hormiga del tamaño de Pau Gasol y con un una capacidad mayor que la humana para resolver problemas (salvando las distancias entre los genes y el cerebro, claro está, solo es un ejemplo visual). Imagínense la sorpresa de los investigadores.
Virus bacteriófago
Pero…espera. ¿Genoma? ¿Virus? ¿Bacterias? ¿Qué era todo eso? Recordemos conceptos básicos para los que siempre quedan rezagados. El genoma es el conjunto de información genética que tiene un organismo, que para entendernos son las instrucciones que tiene un ser vivo (ya sea una célula o un organismo pluricelular) para crearse a sí mismo. Todo ser vivo tiene esa información, que puede estar recogida en forma de ADN o ARN. La de las bacterias, como suelen ser de mayor tamaño y complejidad, suele ser mayor que el virus, pero, como hemos visto, existen excepciones.
Esquema de bacteria
Los virus eran esos pequeños capullines que solo pueden reproducirse parasitando otras células. ¿Recuerdan? Las bacterias son células muy sencillas si las comparamos con los eucariotas, ya que no tienen núcleo ni orgánulos celulares. Creo recordar que las comparé en su día con un huevo frito sin yema para que entendieran la diferencia entre eucariotas y procariotas. ¿Me equivoco, mis ciegos?
Ahora que hemos refrescado la memoria sobre conceptos clave, podemos entender mejor el asombroso tamaño del descubrimiento del señor Robotham, cuya confusión es lógica en las dimensiones en que se mueven los microrganismos. Trasladarlo a nuestra estatura habría sido como confundir jirafas con elefantes. Por cierto, creo que no era yo la que me encontraba inmersa en una partida de Jumanji esquivando mosquitos gigantes. Es la casa real. Pero son los elefantes las maravillosas criaturas que perdieron la partida. 

miércoles, 11 de abril de 2012

Poca prole... Y mejor así

Cada día aprendes una cosa nueva, oye. El otro día supe, por fin, la respuesta a una de esas preguntas existenciales que te vienen a la mente una y otra vez pero que no sabes exactamente a quién preguntarle para calmar tu curiosidad. Es una de esas tonterías del tipo “Si en un futuro existieran las máquinas del tiempo, ¿cómo es que no hemos visto nunca a nadie que venga de futuro?”. Pues eso, pero algo más antropológico. Yo quería saber por qué cada vez, según dicen, tenemos menos dientes. Además, y relacionado con esto, quería entender la supuesta mayor adaptabilidad de los que no tienen las muelas del juicio (o terceros molares, para ser más precisos).
Comparación de perfil humano y gorila
“Es que los que no tienen muelas del juicio están más evolucionados”, había oído. Entonces, ¿todos los demás somos imbéciles, evolutivamente retrasados? Pues no, me explicó una chica de clase (que resultó ser odontóloga), lo único que ocurre es que esas personas no tendrán problemas de espacio en su dentadura para hacer hueco a un par de muelas de más. ¿Y por qué? Porque nuestro morro, hocico o careto, como queramos llamarlo, está mucho más retraído que el de el resto de monos.
Eso explica lo que el otro día comentaba de la pérdida de dientes en los primates, de 44 a 32 ó 36. Al tener una dentadura menor, nuestro perfil será mucho más vertical. Y nos habíamos quedado por ahí, hablando de las características que teníamos los primates y lo que nos diferencia de los demás mamíferos. Pues vamos a seguir. Otro de los rasgos diferenciadores de los primates es el encéfalo, más desarrollado y, por tanto, con mayor volumen, especialmente las áreas motoras. Esto se debe a la mayor complejidad necesaria para controlar una musculatura que tiene que coordinarse eficazmente para la vida en los árboles. En consecuencia, aumenta la posibilidad de realizar movimientos complejos con las extremidades superiores. De este modo, podemos manejar herramientas como una piedra para partir una nuez o el ordenador para escribir esta sección.
Una orangután y su cría
La vida arborícola de la mayoría de estos animales tiene, sin embargo, una desventaja. Y es que a ver quién es el guapo que transporta a una banda de crías de rama en rama. Por eso los primates tendemos a reducir el número de descendientes si nos comparamos con otros mamíferos. Aunque…bueno, una desventaja… Todo depende del punto de vista. Imagínense que los seres humanos tuviéramos una camada de 5 crías por embarazo. Si ya somos una plaga insostenible en este planeta, ¿qué ocurriría entonces? Pues como ya he dicho en otras ocasiones, moriríamos como cualquier plaga de langostas al no encontrar campos que destrozar tras asolarlos con hambre devoradora. Porque no se crea usted que nosotros, los sapiens, hemos racionalizado los recursos más que una plaga de langostas. En fin, insectos y primates, todos somos animalitos al final…
Pero el hecho de que tengamos solo una cría tiene consecuencias muy importantes para el proceso de la evolución humana. Que la madre ponga toda su energía en una sola cría refuerza la relación entre ambas, ya que, si la cría muere, la progenitora habrá perdido muchísimo tiempo, energía y comida en ese intento fallido de mantener sus genes vivos para la posteridad. Esta estrecha relación influye de forma notable en los procesos de socialización y aprendizaje, ya que la mamá primate tiene más tiempo para dedicar a la enseñanza de esa única cría. Luego, ésta irá al colegio, después al instituto y a la universidad. Y cuando menos se lo espere estará en medio del mundo laboral, con muchos conocimientos y contratos basura hasta los 30. Mejor sigamos con los primates…
En general, vivimos bastantes años. Y ya no hablo del ser humano que vive en España hoy, que vivimos el triple (si no el cuádruple) que cualquiera de nuestros ancestros. Me refiero al sapiens en sus inicios, ya que vivir 30 años es una vida considerablemente amplia si la comparamos con la de un perro o un león. La vida postnatal de los primates en general  es larga. Pero es normal; si mamá nos brinda todo su amor, sus cuidados y su enseñanza a nosotros solos, evidentemente nuestra esperanza de vida es mayor que si tuviéramos que compartir todo eso con 7 criaturas de nuestra misma edad y con nuestras mismas necesidades.
Las particularidades físicas de las que hemos hablado son observables tanto en primates vivos como en los fósiles, ya que, como comenta Brunetto Chiarelli en la obra Para comprender la Antropología Biológica, “[en los primates fósiles] la mayor parte de las características particulares o de las transformaciones del esqueleto están presentes.”
Estoy leyendo un libro titulado Límite, del mismo autor de El quinto día, mi libro favorito. Uno de los personajes dice en un momento dado “¡Primates! Yo no nací ayer, ¿de acuerdo? A mí no podéis atraerme mostrándome una zanahoria.” Este estúpido comentario viene de un personaje igual de estúpido. Porque no quiero creer que uno de mis autores favoritos use la palabra primate de forma despectiva sin saber que los humanos somos parte de ese maravilloso orden. Quizá de manera ingenua, quiero seguir aferrándome a que el escritor (de nombre impronunciable, por cierto) conocía el significado de lo que es, realmente, ser primate. 

Bonito orden

Cuando Darwin planteó la teoría de la evolución, comenzaron a proliferar las caricaturas que lo representaban como un mono. Lo retrataban con cabeza humana y cuerpo de simio para dar a entender que se trataba de un completo idiota. El que ríe el último ríe mejor, eso está claro. Y más cuando la ciencia te da la razón y la historia pone a las infamias facilonas en su sitio. Sin embargo, aquellos burdos dibujos, daban una idea de lo que realmente somos: primates.
Carl Linneo
Linneo fue el primero que definió el orden de los primates en 1758. Pero no fue el único. Mivart, nacido en Francia en 1827 y autor de varios artículos donde afirmaba que la ciencia podía tener razones para contradecir a la religión en determinados aspectos (lo que le hizo ganar una excomunión como la copa de un pino); en fin, este tío rebelde ya definía en 1873 a los primates. Sus palabras son las que siguen: [los primates son] “mamíferos placentarios, ungulados, con clavícula, órbitas totalmente rodeadas de hueso, tres tipos de dientes al menos durante un período de su vida, cerebro siempre con un lóbulo posterior y una cisura longitudinal, dedo más interno oponible al menos en una de las extremidades y siempre bien desarrollado, dedo gordo del pie con uña plana, pene colgante y testículos incluidos en el saco del escroto, siempre dos mamas pectorales.” Hala, se ha quedado a gusto el hombre con tantos detalles. Demasiados, seguro, para algunos. El caso es que nosotros entramos dentro de todo este batiburrillo de características.
No obstante, aun juntando toda esta serie de peculiaridades, nos quedamos cortos. Tal como señala Brunetto Chiarelli en la obra Para entender la antropología biológica, “una definición tan compleja es insuficiente en la medida en que muchas de estas características son comunes a los otros órdenes de mamíferos”. Así que, después de todo, necesitamos más detalles para diferenciar a los primates del resto de mamíferos. Vamos allá.En primer lugar, la mayoría de los primates son arborícoras (que viven en los árboles, vamos), excepto los babuinos, algunos macacos y el hombre, que generalmente vive con los pies en el suelo. Menos alguno que yo me sé, porque eso de pedir a la ciudadanía cada vez más por menos solo se le ocurre a alguien que no tenga los pies firmemente anclados en tierra firme. Milagros a la religión, que nuestro bolsillo no da para más. En fin, sigamos.
Todos los primates, excepto el hombre, andan sobre las cuatro extremidades, pero el modo de vida arborícola ha hecho que existan grandes diferencias entre las superiores y las inferiores. Estas últimas tienen un papel principalmente de apoyo, mientras que las superiores pueden servir para agarrar y manipular alimentos y objetos.
Gorila
En tercer lugar está la cola. La traseeeera, diiiigo, ya que en muchos se conserva como forma de mantener el equilibrio o con función prensil. En otros casos la cola está reducida o ausente. El ser humano, por ejemplo, no tiene cola, como tampoco tienen los orangutanes o los gorilas.
Respecto a las extremidades o miembros, los primates hemos desarrollado una movilidad excepcional. Además, nuestros dedos pueden moverse de forma independiente al resto del brazo o de la pierna. De hecho, a muchos de mis amigos les fascina ver que puedo poner mi dedo pulgar del pie en 90º con respecto al suelo. Cosa que un perro, por ejemplo, no puede hacer. Las garras puntiagudas que muchos otros mamíferos han desarrollado, los primates las hemos sustituido por uñas planas, lo que nos ha permitido tener una mayor sensibilidad en la última falange de los dedos. Nosotros, por ejemplo, no tenemos que meter la mano entera en un vaso para notar que está frío o caliente, con poner la yema del dedo nos vale. Aunque esto no baste para que muchos nos quememos toda la palma al sacar el café del microondas, pero bueno.
La mayor parte de los primates somos omnívoros, que quiere decir que comemos lo primero que trinquemos, ya sea planta o animal. En la variedad está el gusto. Nuestra dentición, por tanto, está poco especializada. No tenemos ni los molares súper desarrollados como los herbívoros ni los caninos como los carnívoros. De hecho, tenemos menos dientes. Hemos pasado de los 44 a los 32 ó 36. También tenemos una menor capacidad olfativa que la mayoría de los mamíferos, aunque, por otra parte, tenemos mejor visión. Bueno, algunos, porque yo, con estas gafas que la miopía me ha mandado cargar sobre la nariz, no cuento.
Existen otras muchas características que podemos tratar sobre los primates. En conjunto, constituimos un bonito orden dentro de la clasificación de Lineo. Seguiremos charlando sobre el asunto en la próxima sección de Biología para mis primates ciegos.

Blanco y Negro

Estoy más blanca que el fantasma de Iniesta. Esto de no ir a la playa durante 9 meses al año le deja a una un pálido color del que es difícil desprenderse antes de julio. Aunque, bueno, por lo que me han dicho, por el norte no es que haya hecho un calor de mil demonios este último invierno. Vamos, que lo de islas afortunadas pasa de largo por Firgas. Aquí, en Madrid, ni los vestidos me lucen cuando va llegando abril: las piernas parecen dos palitos de chupa chups. Y de rayos UVA ni hablar, que te dejan un color naranjesco menos natural que la nueva dentadura de Sabina. ¿No se han preguntado alguna vez de dónde viene el color de la piel? ¿Por qué unos somos más morenos que otros? Y mejor aún, ¿por qué nuestra piel cambia de color con las estaciones? Hoy me gustaría hablarles de la naturaleza de la pigmentación humana.
Melanocito y queratinocitos
Muchos de ustedes ya habrán oído hablar de la famosa melanina, el más importante de los pigmentos de la piel humana (digo el más importante porque también intervienen otros pigmentos como el caroteno y las hemoglobinas). Tal como comentan varios investigadores en la obra Para comprender la antropología biológica, “Las melaninas se encuentran entre los pigmentos más extendidos, estando presentes en todos los organismos vivos incluyendo a las plantas, hongos y bacterias.” En nuestro caso, este pigmento se fabrica en unas células llamadas melanocitos que están situadas en la epidermis. Tienen forma de pulpo. Los tentáculos serían las dendritas y la cabeza sería la zona donde se alojan el núcleo y la mayoría de orgánulos celulares.
En la zona de las dendritas (es decir, de los tentáculos del pulpo) se van almacenando unos orgánulos llamados melanosomas. Estos se crean en la cabeza del pulpo, lo que viene a ser el cuerpo celular, y van madurando hasta llegar al extremo de las dendritas, donde son transferidos a unas células adyacentes llamadas queratinocitos. Y ahí se quedan, mejorando nuestro bronceado.
Diferentes pigmentaciones en el ser humano
El número de queratinocitos es igual para todos, lo que diferencia la pigmentación de unos grupos poblacionales y otros es el número de melanosomas (los orgánulos celulares encargados de la síntesis del pigmento) y la concentración de melanina de los mismos. Es decir, un aborigen australiano tiene más melanosomas en sus queratinocitos, transferidos desde los melanocitos, que usted o que yo, y seguramente más melanizados. Menudo trabalenguas que es en ocasiones la antropología biológica (que ya en sí es todo un palabro). Me encantaría saber qué chiste se inventa José Luis en esta ocasión. Porque si ya convirtió a procariotas y eucariotas en las murgas más famosas de todo el carnaval biológico, a saber con qué nos sale en esta fiesta celular.
Bueno, ¿y por qué los grupos poblacionales tienen diferencias en su pigmentación? Como ya la mayoría de ustedes sabrá, la pigmentación depende de la radiación que reciba la piel. Por eso, los habitantes del continente africano tienen una mayor pigmentación que los del continente europeo. El pigmento, en este caso, la melanina, ayuda a filtrar la gran mayoría de las radiaciones ultravioleta. De hecho, la melanina es capaz de filtrar hasta el 95% de los rayos UVA. Por ello, como los africanos se ven expuestos a una mayor radiación, necesitan más melanina dentro de sus queratinocitos para que filtre los rayos.
Los rayos tienen una función primordial: iniciar la formación de vitamina D. Esta vitamina juega un gran papel en la absorción de calcio y el fósforo en los huesos. Por tanto, el nivel de pigmentación debe estar adaptado al grado de radiación que llega a la piel. Es decir, si los rayos son los que ponen en marcha la formación de la vitamina D, y esta es muuuy importante para el organismo, debes estar al loro de que tu cantidad de melanina, que, recordemos, filtra hasta el 95% de los rayos UVA, no resulte un filtro tan grande que fastidie la formación de vitamina D. Por ello, las personas que viven en las zonas del norte tienen una pigmentación menor, ya que de esa forma permiten la llegada de la poca radiación que se da en estos lugares.
Por esta razón, algunos individuos muy pigmentados han tenido problemas para la absorción de calcio en los huesos cuando han sido trasladados a sitios con menor radiación. Entonces puede darse  raquitismo, enfermedad donde los huesos más perjudicados suelen ser los de las piernas (debido a que no pueden soportar el peso del cuerpo), lo que puede derivar en malformaciones. También pueden darse problemas en el canal de parto de las mujeres con raquitismo por falta de vitamina D.
¿Y qué pasa con la capacidad de bronceado? No todos tenemos una pigmentación fija. Véase Laura Mengíbar en invierno. Mi pigmentación cambia al pasar de una estación a otra. Esta capacidad la adquirimos cuando el sapiens pasó a vivir en lugares donde las estaciones están muy marcadas, como en Madrid. Estar en invierno con una piel oscura sería, por entonces, una mal adaptación, mientras que en verano ocurriría lo mismo con la piel clara. Por ello, la selección natural actuó a favor de los que adaptaron su nivel de pigmentación a cada estación. Y en consecuencia, amigos míos, yo paso de conguito a bolita de nieve en cuestión de meses. Disfruten de la playa ustedes que pueden. Yo tendré que esperar a verano para volver a sintetizar vitamina D mientras me pigmento al sol.