domingo, 20 de mayo de 2012

Tía Laura


Dentro de unos días, mi chico será tío. Dice que yo seré la tía de la niña. Ni de coña. Seré la novia del tío, en todo caso. Si viene a mi sonriente y dice “¡Tía Laura!”, se llevará un “Yo no soy tu tía. ¿Qué querías?”. Me niego a hacer de niñera y a llegar con regalos cada fin de semana. Me niego.
Pero bueno, hay que admitir que ha sido bonito ver la evolución del diámetro de la cintura materna. Ver la ilusión de los padres también es emocionante. Aunque sigo negándome a tocar ese abdomen hinchado. “¡Mira! Aquí tiene las manitas… ¡Y aquí el culito!”. Buf… Yo creo que con tanto toqueteo se va a estresar. Imagínense estar en una bolsa viscosa y que la gente empuje desde fuera contantemente para ver cómo pataleas.
Y esa cosa viscosa resulta ser la placenta. Si tienen oportunidad de echar un vistazo a la revista Investigación y Ciencia de este mes, ni se les ocurra pasearse por la página 34. Aparece una fotografía de una placenta. Asqueroso. Pero hay que ver la importancia que tiene: además de transferir nutrientes y oxígeno de la madre al feto, tiene funciones protectoras y fomenta el desarrollo neurológico de lo que, en un futuro próximo, será una niña correteando por los alrededores de nuestro piso 2 veces por semana. Según un equipo de la Universidad de Carolina del Sur, no es la dueña del útero, sino la placenta la que suministra al feto serotonina, una hormona esencial para el desarrollo encefálico. De hecho, los cambios en la placenta son determinantes en el aumento del riego de que la futura niña padezca algunas patologías, como la depresión o el autismo.
En fin, que al final esa cosa viscosa, blandita y de colores que van del azul verdoso al amarillo muerte nos mantuvo vivos durante 9 meses, nos aseguró protección, intercambio energético con mamá y una mente maravillosa.
No se lo digan a nadie… Pero, en realidad, estoy algo excitada… ¿Seré buena tía?

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