lunes, 14 de mayo de 2012

Los reyes que no amaban a los elefantes



Hay mucha gente que no le encuentra razón de ser a determinados animales. Yo, por ejemplo, jamás entenderé qué degeneración evolutiva creó los malditos mosquitos gigantes. Con las cucarachas, un tanto de lo mismo. Sin embargo, en las ciudades cumplen con una función de limpieza extraordinaria. Lo mismo les ocurre a las palomas. Aunque bueno, en ese caso limpian por una parte lo que defecan por otra. Los encargados de limpiar el popó de estas aves de la paz se cagarán en la función que cumplan dentro del ecosistema las mal llamadas “ratas voladoras”. Algo parecido les ocurrirá a los arquitectos que vean sus edificios destruidos por esta caca corrosiva. O mejor aún, cuando las termitas acaban con un diseño estupendo a base de madera. Es cierto, no todas las especies cumplen con un digno cometido para la comunidad. El que menos, el ser humano, sin duda. 
Tapir asiático
Aunque el rey de nuestra querida monarquía no lo pueda entender, los rinocerontes y los elefantes realizan funciones indispensables para conservar la biodiversidad de sus hábitats. En el sureste asiático, por ejemplo, los elefantes llevan a cabo las labores de un jardinero. Estas acciones son tan importantes para el ecosistema que ni siquiera otros grandes mamíferos como los tapires pueden sustituir a los grandes paquidermos. Se preguntarán qué demonios es un tapir. Pues resulta ser un animaluco maravilloso al que dan ganas de estrujar y decir “cuki” mil veces. Hombre, todo lo “cuki” que puede ser un bicho de 300 kilos y unos 2 metros de largo. Para que puedan visualizarlo, es algo parecido a un jabalí con una pequeña trompa que le sirve para arrancar hierbas y hojas que constituyen su alimento. Aunque su semejanza al jabalí sea notoria, está más emparentado con los caballos y con los rinocerontes. Pero bueno, que me lío. El caso es que los tapires tienen una menor capacidad para transportar semillas que luego germinen que sus compañeros trompeteros o sus primos los rinocerontes. 
Centrémonos ahora en estas dos últimas especies: elefantes y los del cuernito. En los bosques del este asiático existe tal concentración de plantas que es muy difícil la dispersión de las semillas por el viento. Además existe el problema de la falta de luz debido a la aglomeración vegetal, por lo que las semillas tendrían graves problemas para llegar a germinar. Por todo ello, las plantas han ideado una forma muy inteligente de llegar más lejos: adaptarse al estómago de los grandes herbívoros. Estos animales se comen la pulpa y, o bien dejan caer la semilla, o la defecan unos cuantos kilómetros más allá, dando opción al bebé planta de crecer en un ambiente más tranquilo.
Elefante asiático
Según comenta en la revista on-line Muy Interesante (http://www.muyinteresante.es/sin-elefantes-ni-rinocerontes-se-reduce-la-biodiversidad)Luis Santamaría, coautor e investigador en el Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA) del CSIC, (en el caso de las semillas de mayor tamaño) “la planta necesita un animal grande que sea capaz de comer, transportar y defecar las semillas en buenas condiciones”. Y qué mejor animal para esta tarea que los maravillosos elefantes, odiados por la monarquía y por los macabros cazadores furtivos. 
Los elefantes y los rinocerontes llevan a cabo una digestión lentísima, por lo que dejan la semilla de las plantas ingeridas lo suficientemente lejos como para que germinen en un mejor entorno. No obstante, si seguimos con reyes que no aman a los elefantes y con cazadores cegados por la codicia (y gente dispuesta a pagar, claro está) nos cargaremos todo el equilibrio del ecosistema. La distribución que tenían los elefantes asiáticos ha sido reducida, según comenta la Muy Interesante, un 95%. El rinoceronte del sureste del continente está prácticamente al borde de la extinción. 
En el supuesto caso de que estos grandes herbívoros desaparecieran de la faz de la tierra, se llevarían a la tumba varias especies vegetales. Este hecho tendría repercusiones en todo el ecosistema, el cual deben entender como una delicada fila de fichitas de dominó. Si una cae, allá van las demás.  
En el ecosistema de la residencia universitaria, a la que ya voy diciendo adiós con mis últimos exámenes de la carrera, ha menguado, por suerte para mí, la concentración de mosquitos gigantes esta primavera. ¿Por qué? No tengo ni idea. Quizá sea por el rápido cambio de temperatura que hemos sufrido esta semana, o por las lluvias de unos días atrás, o por mi vela a todos los santos insecticidas… No lo sé. Pero lo cierto es que este año resultan ser más pequeños y acercarse a la luz residencial con mayor precaución y en menor número. Quizá su presencia evite la cercanía de bichos más asquerosos aún, por lo que mi alegría tras el éxodo masivo delataría mi falta de conocimiento del equilibrio biológico en la zona. Pero lo del rey es imperdonable. Siento ser tan pesada con el tema. Pero no me entra en la cabeza que una persona con su educación y su cultura sea capaz de matar a tiros a un animal tan magnífico. Solo espero que su ignorancia en cuestiones ecológicas sea igual o superior a la mía en cuanto a mosquitos gigantes se refiere. Y, francamente, no lo creo.  

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