miércoles, 9 de noviembre de 2011

Cerebritos

¿Realmente somos tan inteligentes como nos  creemos? En esta sección he defendido en más de una ocasión que no, que nuestras capacidades no van mucho más allá que las de un orangután. Pero ya saben, en el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Nuestro parche en el ojo quizá nos impida ver nuestras limitaciones. Nuestro ego también. Cuando pensamos en nuestro futuro podemos imaginar grandes cabezas con un cerebro gigante y unas conexiones neuronales ultrarrápidas. Sin embargo, un artículo publicado en la revista Investigación y Ciencia en el mes de septiembre sugiere algo completamente distinto. ¿Y si nuestro pequeño órgano de base neuronal tenga tamaño y funcionalidad limitados por las leyes de la física? ¿Y si no pudiéramos ser más inteligentes? Mi atención captó al instante. Si la suya también, intentemos curar esa ceguera, mis ciegos.
Cuanto más grande, mejor. Sobre esa creencia comenzaron en el siglo XIX los estudios sobre la masa cerebral de los animales. Freud se habría puesto las botas con esta gente. En fin, el caso es que se dieron cuenta de un detalle: una vaca tiene un cerebro mucho más grande que el de un ratón, pero no es más inteligente. ¿Qué ocurre? Pues que los cerebros aumentan con respecto a la masa corporal porque tienen que cubrir una serie de tareas rutinarias que no hacen al animal más inteligente. Como se afirma en este artículo titulado “Física de la inteligencia”, “controlar más nervios táctiles, procesar las señales procedentes de retinas más amplias y controlar un mayor número de fibras musculares” no te hace ni más inteligente ni más guay, simplemente más grande.
Un cerebro enorme da quebraderos de cabeza (y nunca mejor dicho) para distribuir la información. No es lo mismo la rápida distribución que podemos ver en el cerebro de una abeja, con un grupito muy reducido de neuronas, que en el de un elefante. Cuando un cerebro aumenta de tamaño en un principio aumenta el tamaño de las neuronas, ya que eso les permite tener un número mayor de conexiones con las vecinas. Sin embargo, “en la corteza cerebral, cuanto mayores son las células, menor es la densidad de neuronas, con lo que la distancia entre ellas aumenta”.
Las células nerviosas son como un pequeño huevo frito con muchos apéndices cortos (las dendritas) y uno largo (el axón). Mediante estos apéndices las neuronas se “conectan” unas con otras y se transmiten información mediante un proceso llamado sinapsis. Cuando el cerebro es grande el axón se ve forzado a aumentar de tamaño para mantener la comunicación entre células cada vez más lejanas. Para que la distancia no influya en la rapidez de la información los axones se hacen más gruesos, “ya que la velocidad del impulso aumenta con el espesor del axón”. Pero, entonces, ¿qué tenemos? Un cerebro que aumenta y aumenta de tamaño, como una serpiente que se muerde la cola, ya sea por una mayor distancia entre neuronas o por el grosor del axón (que multiplica la distancia, lo que engrosa los axones,… y así hasta el infinito).
En los cerebros grandes las funciones suelen diferenciarse por hemisferios. Uno se encarga del lenguaje y otro del reconocimiento de rostros, por ejemplo. “Esta lateralización del cerebro fue considerada durante décadas una señal distintiva de inteligencia”, tal como afirma Douglas Fox, colaborador en varias revistas científicas  y autor del artículo. No obstante, lo que ocurre realmente no es que el portador de este órgano nervioso mayor sea más inteligente, sino que al tener más neuronas, todas no pueden estar igual de bien conectadas y se reparten el trabajo por grupos. Es como el estado español, para entendernos. El gobierno central no puede abarcar todas las funciones regionales, por lo que nos dividimos en autonomías que se ocupen de determinadas competencias. Lo que no quiere decir que el país en su conjunto vaya mejor, solo que estamos demasiado lejos como para responder con eficiencia a las necesidades particulares de cada lugar.
En los primates ocurre una cosa curiosa. En lugar de tener cerebros mayores con algunas neuronas más pero más alejadas entre sí, al doblarse el peso cerebral se dobla el número de neuronas, lo que influye en la cercanía y la velocidad de la transmisión de señales. En los roedores, por ejemplo, cuando se dobla la masa cerebral solo aumenta en un 60% el número de neuronas. Siguiendo esta lógica, “un ratón, con la proporción habitual en esos animales, necesitaría un cerebro de 45 kilogramos” para alcanzar el número de neuronas que tenemos los humanos.
Recapitulemos. Tenemos más neuronas a medida que aumenta la masa de nuestro cerebro, lo que deriva en una mayor conectividad y en un menor tamaño neuronal. Están más cerca, se comunican mejor y más rápido. Ojo, esto nos ocurre a nosotros y al resto de primates, que quede claro. Otros animales con cerebros enormes, como los elefantes o las ballenas, no tienen esta ventaja. Por tanto, el aumento de masa no ha ido acompañado de un igual aumento del número de neuronas, por lo que se ven unos cacharros enormes con una baja densidad de neuronas (relativamente, claro, porque estamos hablando de cerebros inmensos), una gran distancia entre ellas y una velocidad de comunicación bastante baja.
Pero no nos creamos la alegría de la evolución, ya que nuestra maquinita de pensar quizá ya no dé para más. ¿Llegaremos algún día a esos cabezones con ojos grandes y capacidad para ver a través de las paredes? Eso mejor dejarlo para la próxima sección. Pero yo cada día veo más tonto suelto, no sé usted. ¿De verdad les aumenta a los políticos de este país el número de neuronas con la masa?

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