domingo, 30 de octubre de 2011

Desamor y otras dolencias

 ¿Las segundas partes nunca fueron buenas? Pues esta es una segunda parte, se siente. Y espero que buena. El tabú sexual de esta sociedad merece tres, cuatro y hasta cinco secciones. Pero no, saturar a mis ciegos con tanta emoción y hormona junta no es rentable. Parte de mi público puede salir despavorido al pensar que de Biología en la radio ha pasado a dos rombos. Ciencia, no más. El objeto de estudio hoy será, de nuevo, el sexo.
Si el fin de semana te apetece salir para volver a casa acompañado, puedes tener la suerte de terminar con subidón de dopamina, la hormona del placer.  Si la cosa fue tan bien, tendrás necesidad de repetir, ya sea con la misma persona o con cualquier otra. Lo que te pide el cerebro es otro chutazo de dopamina, incluso hasta sentir cierta adicción. Pero mientras todo sea dopamina, la cosa va bien; el amor aún no ha entrado en juego, sigue disfrutando de tu aventura tranquilo.
Según Pere Estupinyá, autor del libro de divulgación científica El ladrón de cerebros,  la cosa empieza a complicarse cuando te sientes desorientado tras la despedida, cuando pienses que esa persona tiene <<algo>> diferente, cuando su ausencia te cause intranquilidad. Cuidado, entras en peligrosos territorios: empiezas a enamorarte. Aquí llega la señora oxitocina.
Cada orgasmo al practicar sexo con esa persona será una impresionante cascada de oxitocina. Esta pequeña traidora hará que a su lado no tengas miedo, que estés a gusto, que aumente tu confianza, tu generosidad, que tu felicidad sea la suya… Tal como señala Estupinyá, “Si hubiera una hormona del amor, ésta sería la oxitocina.”
Pero no hay que bajar la guardia, las hormonas suben y bajan como si de adolescentes se tratara. Si la pareja no mantiene los lingotazos de esta llave del amor a base de orgasmos, puede que el apego vaya disminuyendo hasta casi desaparecer. Si la llama se apaga para ambos a la vez, el final será tranquilo y poco dramático. Sin embargo, la catástrofe puede llegar cuando se produce una separación repentina y los niveles de oxitocina aún son considerablemente altos. Ya sea para uno o para los dos. En palabras de Pere, “la química cerebral se vuelve loca”. Te obsesionas, te desesperas, quieres volver con esa persona a toda costa. En definitiva, tienes mal de amores, y del chungo.  
Ver de nuevo al ser amado es un suicidio hormonal. Aunque durante un tiempo tus neuronas del placer se nieguen en rotundo a segregar dopamina, es mejor esperar a que pase la tormenta (que siempre pasa, por cierto) que recaer en la angustia amorosa. Cito de nuevo El ladrón de cerebros para ilustrar la situación. “Es como si pretendes curar al alcohólico diciéndole: <<Debes dejar de beber. Pero puedes continuar yendo a los mismo bares, no hace falta que tires las botellas de tu casa y dale un inocente beso al vino cada cierto tiempo>>.” Así que ármate de valor, tira sus fotos, borra su teléfono y vete de fiesta.
Curiosamente, la oxitocina no se descubrió por primera vez en los orgasmos entre parejas, sino en el momento del parto. Por consiguiente, la relacionaron, en principio, con el apego que sienten las madres hacia sus hijos. Cuando detectaron las grandes cantidades de esta hormona que se segregan en el éxtasis sexual, empezaron a cuestionarse si no sería ésta también la causante de la unión afectiva de los enamorados. Para saber si estaban en lo cierto realizaron una serie de experimentos con 2 tipos de ratones de campo: unos que tenían relaciones monógamas y otros que no.  Inyectaron oxitocina en los cerebros de los ratones promiscuos y, al poco tiempo, comenzaban a crear relaciones estables. Y para corroborar más aún la teoría de la oxitocina como diosa del amor, al bloquear los efectos de esta hormona en los ratones monógamos, estos comenzaban a tener relaciones infieles. Toma ya. Fidelidad, amor y sexo felizmente unidos en una sola hormona.
Otro curioso experimento es el que probó la oxitocina como instrumento para aumentar la confianza, ya no solo en las parejas o entre familiares, sino en cualquier otra relación social. Se cogió a dos grupos de voluntarios, a uno de ellos se les metió oxitocina intranasal y a otros no. A ambos grupos se les proponía invertir en el proyecto de una persona desconocida. Tal como comenta Pere Estupinya, “Los resultados publicados en Nature sugerían que, efectivamente, la oxitocina reducía los miedos y aumentaba la confianza en las relaciones sociales.” En otras palabras, los chutes hormonales hacían que los yonquis pusieran más pasta en los proyectos que se les planteaba.
Vamos a ver: buen sexo, amor, apego familiar y confianza empresarial. Las perfectas características para un producto de consumo de masas. Al poco de terminar las investigaciones con ratones y con humanos, una empresa decidió que era rentable sacar un producto a base de oxitocina. El llamado Liquid Trust es un spray especialmente indicado para todo aquel que quiera ligar, hacer negocios o transmitir confianza. Es decir, es un spray para todos y para todo. ¿Olerá bien?
Tras estos estudios conductuales y químicos hay una pregunta obligada: ¿somos algo más que un río de hormonas incontroladas que determinan nuestro comportamiento?  Siguiendo las palabras de Pere: “¡Claro que no somos sólo química! También somos… somos… ¡Seguro que debe haber algo más! ¿O no?”. Ese estudio se los dejo a ustedes. En cualquier caso no cojan esta sección como excusa para la infidelidad.  Si no sientes oxitocina por una persona, mejor déjala, ¡y a otra cosa, mariposa!

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