domingo, 30 de octubre de 2011

Tabú


Bienvenidos todas y todos, chicos y chicas, firguenses o no, oyentes en general. Repito, bienvenidos de nuevo a Biología para ciegos. Mis queridos invidentes sedientos de explicaciones biológicas, por fin hemos vuelto. Ya era hora, les echaba de menos. Y a mis pequeñas y motivadoras pseudoinvestigaciones, claro está. Esas sobre aspectos que, de manera más o menos exitosa, intento trasladar a la cultura general. Esas sobre aspectos que, de manera más o menos exitosa, intento que intenten entender. Y tras tanta t tonta y una introducción de lo más breve (es decir, dos veces buena), procedo a tirarme de cabeza a la piscina. Empaparme de biología es de lo más delicioso. Vamos allá, mis ciegos.
Sexo. Empezamos fuerte, lo sé. Pero es un complejo proceso por el que mucho me he interesado. Informado, quiero decir. Fuera ya de las estúpidas risitas o los gestos de espanto que pueden suscitar las investigaciones en este ámbito, ambos generados por un absurdo tabú social o por simple desconocimiento; fuera, digo, de todo ello, hay un apasionante campo de estudio. Para introducirnos en el tema comentaré las conclusiones a las que ha llegado Marvin Harris, gran antropólogo donde los haya, en su obra “Nuestra especie”. Muy recomendada, por cierto, para aquellos que no tengan miedo de conocerse un poco mejor a sí mismos.
El apetito sexual humano queda por debajo del alimentario cuando ambos no están en igualdad de condiciones. Me explico: cuando alguien se encuentra en una situación de grave déficit alimentario pierde el deseo sexual. Sin embargo, una persona que lleva un largo período sin disfrutar del sexo no pierde el apetito. De hecho, en ocasiones se acrecienta para mitigar las penas de la cama. Peeero, en igualdad de condiciones, cuando un ser humano está perfectamente alimentado y tiene acceso a fuentes de placer, ya puede esperar el banquete para después de.
Algún experimento con ratas y perros muestran un criterio diferente. Si se les da acceso a un interruptor con una pequeña descarga eléctrica que estimule sus centros de placer y otro que de acceso a comida o agua, muchos de estos animales elegirán estimularse repetidamente con chutes de placer hasta morir de hambre o de sed. 
Dejando a un lado estos yonquis del sexo, ¿cuál es su fin último? La reproducción y el cóctel de genes. Para ello, debe haber una simultaneidad entre el coito y la ovulación. Muchas especies animales usan señales inequívocas para dar a entender que la hembra ovula. El macho recibe el fuerte olor que desprenden o escucha sus eróticos gemidos y sabe que ha llegado lo bueno. Nosotras, las chicas, hasta donde yo sé ni gritamos ni desprendemos un olor característico en estas ocasiones. Por lo que lo único que nos queda como especie para dar en el clavo (en la fecundación, mejor dicho) es intentarlo sin parar. Es otra opción, ¿no? Y más divertida, por supuesto. Por esta razón, los humanos sanos podemos practicar sexo todos los días del año, o al menos desde la adolescencia hasta bien entrada la mediana edad. Tal como dice Marvin Harris en su libro, “para adivinar dónde se esconde el premio levantamos todos los cubiletes.”.
Otra curiosidad sexual: los senos. ¿Por qué están permanentemente hinchados? Las hembras primates, incluidas las hembras de los grandes simios, como lo son los gorilas, chimpancés y orangutanes, aumentan el tamaño de sus senos exclusivamente cuando están lactando. Sin embargo, nosotras, chicas humanas, desarrollamos el pecho en la pubertad y ahí se queda, siempre.
Los senos están formados fundamentalmente de grasa. Por tanto, el hecho de que permanezcan abultados constantemente en la hembra de nuestra especie no tiene absolutamente nada que ver con la capacidad para lactar. Entonces, ¿por qué están ahí? Según afirma Harris, es un reclamo sexual para los machos. Y tanto, dirán ustedes. Pero lo que hoy supone una lógica aplastante en nuestra cultura quizá no lo fuera para la genética durante mucho tiempo.
En el caso del chimpancé pigmeo, por ejemplo, las señales sexuales están en un lugar donde animales que corren a cuatro patas las puedan ver bien, sobre todo si vas detrás. Citando a Marvin Harris: “La aparición de tumescencias perineales semipermanentes en el chimpancé pigmeo puede arrojar luz sobre el enigma de que las humanas sean las únicas hembras primates cuyos pechos se encuentran permanentemente desarrollados.” Es decir, que a nosotros, que caminamos erguidos, nos costaba menos vernos el pecho que los cuartos traseros. Pero aún queda un asunto, ¿por qué tener los senos hinchados de forma constante? Pues, como ya dije antes, porque somos una especie que sustituimos la calidad por la cantidad para dar en el clavo de la ovulación. Si estamos siempre receptivos, ¿por qué no mostrarlo al mundo?
Como pueden ver, mis ciegos (oír, se entiende), la mejor forma de quitarnos tabúes de encima es analizándolos de forma científica. Sobre el sexo entre seres humanos se podrían escribir infinidad de páginas. Y las hay, de hecho. Solo debemos interesarnos por un tema para desmigajarlo y desmitificarlo, conocerlo y conocernos de paso un poquito mejor a nosotros mismos. La carga cultural al hablar de sexo es infinita. Sin embargo, si nos desligamos de prejuicios, podemos llegar a recorrer innumerables recovecos de nuestra propia curiosidad. Hermoso espacio, por cierto, porque la curiosidad es el remoto lugar de mi conciencia donde surge Biología para ciegos.




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