domingo, 18 de diciembre de 2011

La fiesta de la muerte

Después de tantas semanas no sé ya ni por dónde iba. ¡Ah, sí! La muerte. Hace mil millones de años, es decir, en la última sección de biología para mis ciegos, hablábamos de unas bacterias suicidas. ¿Recuerdan? Algunas cianobacterias, que son aquellos organismos  procariotas y verdosos que llenaron la atmósfera de oxígeno en su día, ponen en marcha un mecanismo de autodestrucción cuando así lo requieren las circunstancias coloniales.
Este hecho parece altruista, ¿no? Morir por la patria y todas esas chorradas rimbombantes. Pues no señores, no. Hoy en día no hay nada gratis, ni el suicidio bacteriano. Lo que realmente ocurre es que las cianobacterias pagan el precio de sus propias vidas por un producto mucho mejor: la supervivencia de sus genes. Para explicar claramente este concepto debemos abordar de manera sencilla la teoría del gen egoísta de Richard Dawkins. Muchos habrán oído ese nombre. ¿No es ese ateo ateísimo que escribe libros de divulgación científica? El mismo. Según él, la base de la evolución es el egoísmo de los genes.
Todos han escuchado hablar de genes. De hecho, demasiada gente usa el término sin tener muy claro el concepto que se esconde detrás. ¿Qué es un gen? Podemos describirlo de forma simple como la unidad de información para definirnos como seres vivos. Esta definición, que conste, es made in Laura y tiene muchísimos matices, lo sé. Pero para aclarar a mis ciegos de qué tratamos lo mejor es una sencilla definición.
Un gen dice si eres rubio, otro si eres alta, otro si tienes los ojos azules,… Los genes nos definen, son los arquitectos que dan las instrucciones precisas para la construcción de un edificio: el ser vivo. Según plantea Dawkins, la evolución se lleva  a cabo a nivel de los genes. Son ellos los que quieren sobrevivir, por lo que actúan de forma egoísta para pasar de una generación a otra. Nosotros solo somos, “máquinas de supervivencia”, meros instrumentos para pasar los genes a próximas generaciones. Pero en cada una de ellas se producen mutaciones, lo que lleva a crear genes o grupos de genes novedosos. Si hacen que la máquina de supervivencia pueda llegar a reproducirse más eficazmente, creando nuevas máquinas que porten el mismo gen mutante, esa mutación prevalecerá y se hará cada vez más común entre los individuos de la especie, ya que se reproducirá mejor que los que no tengan tal gen.
Así surgen genes egoístas que desean seguir permaneciendo dentro de las máquinas de  genes. Es como una competición génica que tiene lugar dentro de generaciones y generaciones de seres vivos. Los genes que mejor doten al individuo para la reproducción, ganarán el partido. Pero como la competición no termina nunca y las presiones son constantes, cambiantes y casi infinitas, ganar un partido no significa mucho. Y…bueno, según Dawkins, la evolución funciona más o menos así.
Después de estas nociones básicas volvamos a la muerte. Dijimos que las señoritas cianobacterias suicidas no eran altruistas. ¿Por qué? Pues porque, como toda la floración de bacterias comparte los mismos genes, si las más débiles siguieran vivas e infectasen a todas sus hermanas idénticas, realmente estarían perjudicando a sus propios genes. Mejor que unas pocas se salven y comiencen una nueva vida en otra parte donde los genes puedan seguir propagándose de generación en generación. Los genes egoístas quieren sobrevivir, y prefieren hacerlo en unas pocas máquinas de supervivencia que ser eliminados completamente de la competición. Por eso programan a las cianobacterias para el suicidio en caso necesario. Morir por el grupo, sí, pero con beneficios propios.
La muerte de los organismos unicelulares es una cosa, pero ¿qué ocurre con los pluricelulares? ¿Por qué nos morimos si cada una de nuestras células guarda el conjunto de genes? Para explicar este fenómeno, empecemos hablando de la diferenciación. Las células que forman nuestros esculturales cuerpos deben diferenciarse para obtener una mayor productividad. Es lo mismo que una sociedad. Si todos nos dedicáramos a todo, esto sería un caos. No existirían peluqueros, ni carniceras, ni taxistas, ni senadores… Bueno, esto último estaría bien. A lo que iba, que cada uno debería sacarse las castañas del fuego sin un mínimo de cooperación con los demás. Pero cuando nos organizamos en sociedad y cada uno se especializa en una materia concreta, toda la comunidad vive mejor.
Lo mismo ocurre en un organismo pluricelular. Al especializarse cada grupo de células en una tarea, todas salen ganando. Resulta que se han especializado tanto que solo un tipo de células se encargan de llevar los genes a las próximas generaciones: las células germinales, es decir, los óvulos y espermatozoides. Cuando ambos se funden en la fecundación y, finalmente, nace un retoño, las células germinales de los padres van a sobrevivir a la muerte de los mismos al haber creado una nueva máquina de supervivencia donde guardar la mitad de sus genes (una mitad del padre y otra de la madre). Este, a su vez, cuando se haga mayor también tendrá sus propios hijos, los cuales tendrán la mitad de sus genes y un cuarto de los abuelos. Y así sucesivamente…
Por tanto, si son las células germinales las que realmente parten el bacalao, ¿por qué iba a mantener nadie el resto de células que conforman el cuerpo? Estas son completamente desechables, temporales. Así que al cementerio con ellas. Además, hay otra razón para la muerte. Sin ella, no existiría selección natural ni evolución, y sin ellas, nosotros no seríamos parte de la fiesta. Una fiesta donde la muerte es la anfitriona. 

1 comentario:

  1. tengo que señalar que las fuentes utilizadas son "El gen egoísta" de Richard Dawkins (es evidente) y "Los diez grandes inventos de la evolución" de Nick Lane.

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